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Reseña de «La verdad que no vemos» en Temporal Eterno, por Miguel Ángel Real

Contenta de esta grata sorpresa, comparto a continuación la reseña sobre La verdad que no vemos que ha escrito Miguel Ángel Real en su blog Temporal Eterno. No es la primera vez que, desde la Bretaña, me sorprende Miguel Ángel con su habilidad de poeta crítico tomando en consideración mi poesía, aunque antes lo había hecho traduciendo al francés algunos de los poemas de La confesión de la carne: Desdenes del vacío (que podéis recuperar aquí). 

Como poetas, nunca sabemos si aquello que tratamos de transmitir llega realmente como lo hemos pensado, aunque, por supuesto, cada lector es un mundo en sí mismo y ahí reside también la gracia de la diversidad de interpretaciones. En cualquier caso, la reseña recoge puntos cruciales de La verdad que no vemos, y engarzama las ideas con mucha elegancia. 

Reitero mi gratitud y, con su permiso, la linko y la comparto aquí en Re-interpretaciones: 

  La verdad que no vemos, de Remei González Manzanero, es un poemario que recibió el XVI Premio “Águila de Poesía” convocado en 2020 por el Ayuntamiento de la localidad palentina de Aguilar de Campoo, igualmente editor de la obra. En este libro, la autora nos habla de lo visible y lo invisible, de las pequeñas cosas que forman parte del mundo y a las que hay que aferrarse para “no caer nunca del centro / donde se originó este pequeño universo”.

    La poesía se nos presenta como un puente que atraviesa el tiempo y la distancia en el poema “Viejo puente otomano”, pero al mismo tiempo comprobamos que se trata de un medio que no nos garantiza estar seguros de la verdad: “lo malo es que termino este poema / y sigo apretando los dientes”. En cualquier caso, nuestra presencia en el mundo no ha de conformarse con una actitud contemplativa: no podemos permanecer en la indiferencia simplemente porque esta se halla recubierta de dolor y de miedo, como observamos en los poemas “Precipicio vertical”, “Mandíbulas de violencia” o “Estrellarse de vuelta al puente”.

     Remei González Manzanero va creando así una tensión poética que desemboca en “Volar”, un poema que demuestra una voluntad juvenil de no pasar de largo por la vida, con la lucidez que otorga la conciencia de la fragilidad y de la falta de sentido: “Estrellarse es también hacerse estrella. / Solo al final de la nada se vislumbra el algo”.

    Precisamente, para huir de la nada que se afirma como una amenaza concreta, la poeta necesita saber desprenderse de lo superficial, desde un punto de vista tanto lingüístico como vital: el poema “Desapariciones (II)” lo explica de modo certero: “Abandoné la metáfora, / es el precio que debo pagar / por convertirme en nada”. De este modo, la autora parece querer despojarse de un lastre inútil para, en definitiva, concentrarse en “la sed de seguir viviendo”, conclusión del poema “La Rambla del sufrimiento”.

    Hay en este libro una búsqueda del sentido, de esa “verdad que no vemos” que sin duda no se encuentra en la apariencia ni en la futilidad del éxito, tal y como vemos en el poema del mismo título, sino tal vez en “Las cosas inútiles” que forman las certezas desde su aparente insignificancia. Asistimos pues a un aprendizaje, plasmado en el poema “Versiones”, que intenta recoger las enseñanzas del pasado, la energía del presente y la voluntad de no malgastar el futuro en quimeras.

    Con los 22 poemas de esta obra, no exenta de una voluntad de reírse de sí mismo (véase “Ahora que soy teísta”), lo que Remei González Manzanero pretende tal vez es inundarse de las pequeñas verdades que sí vemos y hacer de ellas un bagaje que tenga la suficiente solidez para ir avanzando por el mundo.


Comentarios



LA VERDAD QUE NO VEMOS

No, no quiero los sueños. Es la vida,
la realidad la que nos llama. Escucha.
Leopoldo de Luis

Deja que te lo explique, no en palabras
— que con palabras no se entiende a nadie —
sino a mi modo oscuro, que es el claro.
Mirta Aguirre

 

Está aquí, déjame que te lo muestre,
en este pequeño espacio de aire,
esta dimensión, toda esta anchura
de trazas, de briznas
aciculares, está en esta brisa ingenua
que tanteo con los dedos,
que trato de asir para hacer mía,
es de sí misma,
                              está aquí.


Está en este soplo hecho de desgarros,
está en el lápiz que me cae de las manos
si abro la palma,
está en esta corriente alterna,
está en genios y mediocres,
en las nubes de las partículas,
en las ínfulas extrañas
y en el pliegue de las alas de un cóndor negro,
en la precipitación de un vidrio
que no nos hiere apenas
y en los resquicios invisibles
de nuestras cicatrices más finas,
está en el cieno de los ríos
que arrastras a las cimas,
en la cima lozana
que hallas en la mirada,
las miradas tiernas
que no adviertes,
y las que adviertes,
                                está aquí,
no puede estar en ningún otro lado.


La recogemos,
este soplo que resollamos
está hecho de ella.
Este vasto espacio que media
entre tú y yo,
los lugares entre nosotros
que no habitamos
y que alcanzamos al vuelo
con esfuerzo
y devoción de céfiro,
la verdad es que es esto,
está aquí.