
Las líneas con las que Diana Uribe, divulgadora de historia con un vozarrón y una forma particular de explicar las cosas, empieza el podcast de las lenguas de Sudáfrica resume en unas pocas frases lo magnífico de viajar. Reproduzco transcritas sus palabras:
Nunca hubiera imaginado que mi estancia en Sudáfrica iba a ser lo que está siendo este año, evidentemente lo imaginé de otra manera, pero no por ello es menos valioso como viaje: no todos los viajes están hechos de exploración itinerante de nuevos territorios, culturas y personas, un viaje puede darse en un mismo lugar durante largo tiempo. Yo nunca he estado en una misma ciudad durante tanto tiempo y esta ciudad es Johannesburgo. Yo he vivido la pandemia del coronavirus en Sudáfrica, en particular en la provincia de Gauteng y más en concreto en la ciudad de Johannesburgo y, en realidad, en el "suburb" en el que vivo y, créanme, ha sido bastante distinto de cómo se ha vivido en otros lugares. Porque hay infinitas vivencias de toda esta situación, tantas como personas hay, y a la vez una única vivencia global.
Empecé esta entrada hace más de medio año, escuchando en la cama aquel podcast de Diana Uribe sobre la historia de Sudáfrica y sobre la maravillosa y amplísima diversidad que un lugar como este tiene. Lo escuchaba en una residencia universitaria prácticamente vacía, recién llegada al país, muriéndome de la curiosidad por conocer más y más y más y más (también de miedo). En esos dos primeros meses, mi entusiasmo me llevó a hacer tantísimas cosas, conocí tantas personas, tuve tantas conversaciones, que es como si hubiera crecido de repente de un solo saltito. Yo siempre me he alimentado de conversaciones, pues uno de los hechos más lindos de la vida es sin duda conversar, sobre todo si vas tejiendo lo que vas aprendiendo de lo que escuchas (¡ojalá supierar escuchar más y mejor!) con nuevas referencias culturales (por decir tres cosas: la biografía de Trevor Noah, "Born a crime: Stories from a South African Childhood", la calle donde está la casa de Nelson Mandela, en Soweto, o una conferencia sobre si la danza africana es capaz de curar el trauma femenino) y te lo incorporas y te va calando. No podrás recordarlo todo, pero irá calando de uno u otro modo. Decía, pues, que la situación en marzo dejó este post colgando en el aire, pero creo este un buen momento para retomarlo, ahora que hemos entrado en la nueva normalidad, se nos permite el viaje doméstico y yo he decidido en mi semana de vacaciones quedarme en casa, donde he estado los últimos seis meses, y avanzar mis proyectos, en lugar de perder mi integridad ética cogiendo un avión para irme a visitar una ciudad, donde probablemente dormiría en un hostel compartiendo habitación, aunque, también es de fe decirlo, no me acaba de apetecer del todo la idea del viaje físico.
Cada viaje es un mundo nuevo y es irrepetible. No se puede ir al mismo lugar en un momento determinado más de una sola vez. Esto, que parece dicho por Perogrullo el Peregrino, no es tan tonto como parece: no podemos estar en dos lugares a la vez, estamos en el presente en el que estamos y en ese presente somos. Permanecer en un lugar también es un mundo nuevo y también irrepetible. Permanecer es, en realidad, un viaje en sí mismo. Permanecer, que no es lo mismo que quedarse quieto. Lo cierto es que no se trata de a dónde vas, sino de cómo. Poco importan los maravillosos lugares que pises si no conoces, si no te expandes, si no respetas y si no haces el bien. Mirando atrás, en los últimos meses, podría haber hecho más. Reconozco que mi viaje ha sido interior, no exterior, y mi contribución al mundo no ha sido excepcional. También podría haber hecho menos. He visto excepcionalidades alrededor, pero no en demasía. El bien a veces no hace el suficientemente ruido y la incertidumbre a veces nos sitúa en una zona poca reivindicativa. Ha sido, sin embargo, un tiempo de descartar árboles viejos, plantar semillas nuevas y cosechar pequeños frutos que todavía no había conocido.
Y sin embargo también he viajado sin moverme: ha habido momentos cumbres aquí dentro de casa y en el barrio, trayectos al supermercado y paseos. El alma se ha expuesto, como decía Uribe, a cosas maravillosas. "La gracia de viajar es exponerse. A todo lo que pase". Y esto es a lo que me he expuesto y esto es lo que ha pasado. No es la primera vez que he viajado sin moverme de casa: lo hice en 2017-2018 durante 10 meses y sin ir siquiera al supermercado. Este caso el viaje ha sido de otro corte, pero en cualquier caso así toman sentido los viajes. Por eso no acabo de sentir lástima de no haber recorrido la costa sudafricana aún o por no haberme ido siete veces de safari o no haber hecho amigos del alma sudafricanos. Me he expuesto al modo de hacer o encarar la situación desde esta ubicación y desde mi posición y desde la posición que se ha vivido aquí, aunque hay infinitas posiciones.
La diversidad está hecha de diferencia y de unicidad. Para ser diversos necesitamos pertenecer todos a la misma especie, compartir principios que son universales en el ser humano y a su vez ser lo suficientemente diferentes que la variabilidad humana permite. No hacer viajar al alma (y cuando se puede al cuerpo) es perderse la variabilidad y a menudo también la unicidad, pues sin el contraste del otro nos cuesta ver hasta qué punto nos parecemos. Cada cual viaja de acuerdo con sus necesidades de expansión e igual que un turista y un viajero no difieren tanto o no son opuestos (de acuerdo con mi diccionario personal), tampoco el que se queda en casa es tan distinto si empieza otro viaje distinto, el que no necesita de distancias físicas, sino solo dirigirse hacia la noche oscura del alma y regresar de allí.

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