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Entrarme, entrar en el otro: balances sobre poesía y lectura

No he encontrado mejor herramienta para entrarme (entrar hacia lo que verdaderamente soy) que la poesía. Solo la respiración, poner en esta la conciencia, tiene parangón: enfocarse en el paso entre la inhalación y la exhalación es lo único comparable a traspasar la puerta de entrada con el verso en la mano. La poesía recoge, amasa, trocea, inserta el alimento, o el input, como se quiera, hacia el interior, combina, revuelve y desde el embrollado o desde el magnífico batiburrillo que se va gestando, brinda después el resultado, cuya importancia intrínseca es relativa pero que adquiere su completud al generar en otro una ventana desde la que entrarse (entrar hacia lo que verdaderamente el otro es).

Los 31 de agosto son importantes para mí. (Escribo el 31, dejando 24 horas al reposo de las ideas, para publicar este post el 1, cuando ya se ha traspasado el tránsito y dejando pasar 24 horas más por aquello de empezar septiembre). Los 31 de agosto, decía, son las Nocheviejas de profesores, maestros y agentes educativos y, pese a que mi 2020 el curso cambió su calendario y el último día de agosto me tenía recogida en el invierno en Sudáfrica terminando un largo confinamiento, los últimos días de agosto poseen siempre para mí la magia especial que aporta el término de las cosas y la anticipación de los nuevos pasos. Incluso en el caso de encontrarme a veces un 31 de agosto en el que haga semanas o meses que hayan pasado las cosas, la aguja del reloj diurno (lo que sería el secundero o el minutero o el horero pero que marca el día, ¿el direro?) del 31 funciona a modo de transición y tiene los matices de lo liminal. 

Por todo esto hoy (y ayer, o mañana, según cuando haya escrito esta frase) cierro y abro. Este no ha sido el año en el que he leído más poesía, pero sí el año en el que me he sentado más veces a conversar sobre ella. Es también el año en el que he leído más poesía de poetas vivos, de carne y hueso, poetas del mundo real y de fuera del canon. Ha sido el año en el que me he sentado más veces a charlar y en el que, con mi primer libro publicado en la mano, me he compartido de otra manera. 

Algunos de los libros de poesía que he leído me pusieron la piel de gallina y lo siguen haciendo. Otros me entretuvieron, me hicieron pasar buenas tardes, otros me pusieron a mano hallazgos poéticos que jamás encontraría en mi cabeza o corazón y a otros necesité darles dos merecidas oportunidades.  En las líneas que siguen vienen versos de algunas de estas obras, todas intercambiadas por mi poemario "La verdad que no vemos", ora en mano, ora por correo postal. Varias veces he dicho que si algo me ha dado este librito compacto y pequeño como yo, entre otras cosas, es el regalo de hablar en torno a la poesía, de diseccionar la mía propia y sobre todo el regalo de la lectura de versos de los demás. Algunos de estos versos quedan atesorados en mí, no necesariamente los más representativos de la poesía de sus autores. En fin, otros libros de poesía, decía, fueron deliciosos de leer, como "Miel de Madroño" de Manu Arpé, pequeño universo en sí mismo y lleno de versos tan magníficos como: 

"Es por eso que deseo
un desesperado y yermo intento
de transmutar adverbios opuestos"
(Manu Arpé)

o tan acertados como: 

"y aunque el futuro puede ser simple
siempre me lamento en condicional compuesto"
(Manu Arpé)

y libros de velocísimo ritmo, como "Veintidós heridas y otros poemas" de Alex Madueño, del que se me quedó el primer poema que leí al abrirlo al azar y donde he dejado mi punto de libro:

"Barcelona:
mi pasado mágico,
mi presente gris
y mi futuro nostálgico".
(Álex Madueño)

Son varios los inéditos que he leído detenidamente y de los que lamentablemente no puedo compartir citas. El libro de Maria Valles, fiel voz poética a la voz de una cabeza narrante que te cala en los huesos y que, hermosa o curiosamente había escuchado de viva voz, de modo que al leerlo no podía sino leerlo desde su voz en mi cabeza. El libro de Noel Méndez, del desamor expresado en un ritmo agitado que te lleva de la mano verso a verso por los abismos hasta el final. En un inédito ando ahora de Israel Álvarez Bejarano, aunque he tenido la suerte de leer uno de sus libros publicados, "La eternidad es un instante infinito", plagado de hallazgos poéticos en excelente combinación con versos más coloquiales y que, más allá de la aparente imposibilidad de decir nada nuevo con el lenguaje ya nos dice que "para escribir o cantarnos habría que inventar idiomas, / nuevos signos, / aventurarse a reescribir los atlas" porque, a fin de cuentas: 

"lo que existe no supera lo que aún no existe".
(Israel Álvarez).

La poesía nos hace acercarnos a realidades íntimas y duras: entrarse a uno mismo es también entrar en el otro. Evidentemente, no solo de la lectura lenta en casa se da la nutrición, también en la escucha directa de los poemas, que potencia a menudo los efectos que la poesía tiene en nosotros. En algunos eventos y micros abiertos he ido cazando algunos versos, guindita de un pastel de poemas que me han calado y que he necesitado después escuchar varias veces: 

"No ha sido sino encontrándoos que me he encontrado" (Teresa Estévez)

No soy justa incluyendo este único verso de un poema que es increíble de principio a fin, pero si alguna vez se me ve toquiteando el móvil cuando escucho a alguien recitando un poema es porque estoy anotando un verso o una idea y no llevo papel. 

También de quienes no se hacen llamar poetas encontré palabras que guardar en la memoria tras anotarlos, probables versos de los que quise hacer un poema que nunca escribí o que todavía no he escrito: 

“Quan la gent no marxa i recull les ferides”
'(Cuando la gente no se marcha / y recoge las heridas)'
(Jordi Tanyà)

Y si de endecasílabos va la cosa, salto ahora a estos versos de Juan Herrero Diéguez: 

"Transito sobre el vidrio de la duda
la noche es un cristal roto que vierte
su líquido manchado entre cuchillos
motas de polvo sábanas revueltas".
(Juan Herrero Diéguez)

En su poemario "Un verano en la orilla del teatro" encontré una especie de espejo, versos donde por motivo todavía incomprensible me encuentro también a mí.  

"Mi propia casa:
ese lugar terrible
si no estás dentro".
(Juan Herrero Diéguez)

Este poemario había ganado el Premio Águila de Poesía el año anterior a que lo hiciera "La verdad que no vemos". Y es que no poder, por la situación pandémica, a recoger el Premio Águila a Aguilar de Campoo me dio también algo hermoso: el deseo de leer más y diferente; en particular, contactar con anteriores premiados para que no solo me leyeran ellos a mí, sino yo también a ellos. Probablemente lo hubiera hecho igualmente en caso de haber pasado por Aguilar, con o sin recogida presencial, pero en cualquier caso ello me trajo nuevos círculos y lecturas que explorar. 

Gracias a ello también, de Roquetas de Mar me llegó "Vísperas de casi nada", premiado en 2011, de José Luis Martínez Clares:

"(...) que la frustración
es el único despeñadero
que conduce a la supervivencia".
(José Luis Martínez Clares)

Y gracias a ello también leí "Con las raíces vueltas hacia arriba" de José Ramón Ayllón Guerrero, un breve intenso viaje del "yo" al "tú", y ando ahora en "Arrecife de sombras", y gracias a ello acabé presentando con él, desde la celebración hasta la humildad, "La verdad que no vemos" en una biblioteca en Barcelona, rodeada del calor de las caras conocidas y no pudo haber sido posible una mejor presentación de este primer poemario publicado.

Con otros poetas no tuve tanta suerte en el contacto, pero, aunque me quedaría mucho por mencionar, me quedo con lo que he leído y lo que está por leer.

Comentarios



LA VERDAD QUE NO VEMOS

No, no quiero los sueños. Es la vida,
la realidad la que nos llama. Escucha.
Leopoldo de Luis

Deja que te lo explique, no en palabras
— que con palabras no se entiende a nadie —
sino a mi modo oscuro, que es el claro.
Mirta Aguirre

 

Está aquí, déjame que te lo muestre,
en este pequeño espacio de aire,
esta dimensión, toda esta anchura
de trazas, de briznas
aciculares, está en esta brisa ingenua
que tanteo con los dedos,
que trato de asir para hacer mía,
es de sí misma,
                              está aquí.


Está en este soplo hecho de desgarros,
está en el lápiz que me cae de las manos
si abro la palma,
está en esta corriente alterna,
está en genios y mediocres,
en las nubes de las partículas,
en las ínfulas extrañas
y en el pliegue de las alas de un cóndor negro,
en la precipitación de un vidrio
que no nos hiere apenas
y en los resquicios invisibles
de nuestras cicatrices más finas,
está en el cieno de los ríos
que arrastras a las cimas,
en la cima lozana
que hallas en la mirada,
las miradas tiernas
que no adviertes,
y las que adviertes,
                                está aquí,
no puede estar en ningún otro lado.


La recogemos,
este soplo que resollamos
está hecho de ella.
Este vasto espacio que media
entre tú y yo,
los lugares entre nosotros
que no habitamos
y que alcanzamos al vuelo
con esfuerzo
y devoción de céfiro,
la verdad es que es esto,
está aquí.