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Especial Sant Jordi: Juan José Millás (1995): Tonto, muerto, bastardo e invisible.

Juan José Millás (1995): Tonto, muerto, bastardo e invisible. Editorial Alfaguara. ISBN: 84-204-8170-X.

Mucha gente compra más libros de los que lee. Hoy, que es Sant Jordi, las calles con estands de libros están abarrotadas de la gente que lee y también de la gente que no. El nombre del escritor Juan José Millás (Valencia, 1945) siempre ha estado en mi nube del pensamiento, siempre ha aparecido de vez en cuando como uno de los autores que tenía que leer, pero hasta que no me crucé con un libro suyo, Tonto, muerto, bastardo e invisible en Los Encantes de Barcelona no me lo compré ni me lo leí.

La mayoría de pequeñas reseñas y contraportadas de libro que he visto sobre Tonto, muerto, bastardo e invisible describen el conflicto narrativo de la novela como el de un ejecutivo con un alto cargo que se queda en paro, precisamente porque ha colaborado en diseñar un perfil que luego no puede satisfacer. No obstante, esto es solo el principio, porque la novela versa sobre el proceso de desrealización que vive el protagonista, Jesús, después de que la empresa en la que trabaja prescinda de sus servicios.


El libro, publicado en 1995, es una mina. El personaje protagonista, Jesús, vive el sentimiento de  universalidad, al principio paseando con su bigote postizo, símbolo de su cambio interno y creador de este, hambriento de percepción¿Y cómo crea esta universalidad? Precisamente, el germen del sentimiento sucede a partir del bigote, con el que, más avanzada la narración, basta su recuerdo (véase pág. 58). El segundo modo de crear esta universalidad es a través de la distinción entre los espacios interiores y los exteriores. Para empezar, los espacios interior y exterior quedan invertidos:

«Mi estallido tuvo lugar dentro de los límites inabarcables de una meteorología corporal en la que el pasillo, en lugar de estar fuera, estaba dentro de mí. En realidad, en ese momento ya no había nada que no estuviera contenido dentro del cuerpo imaginario que había crecido como un conjunto de constelaciones a partir del centro de gravedad del bigote.» (Millás 1995:15)

«Tuve la impresión de que había una correspondencia misteriosa entre las oquedades de las capillas laterales, o de los confesionarios, y las de mi cuerpo, como si más que estar yo dentro d la iglesia, fuera la iglesia la que estuviera dentro de mí: tal era en ese instante mi grado de universalidad.» (Millás 1995:46-47).

Y esto sucede porque al final creemos recorrer el mundo, pero no hacemos otra cosa que ir de un lado a otro de nosotros, porque el mundo está dentro y al recordarlo nos recorre (Millás 1995:146). Esta relación entre interior y exterior llega a su máxima identificación cuando el autor relaciona explícitamente Madeira, a donde el personaje va de viaje, con su mundo interior (pág. 128 y 133).

El modo como trabaja el concepto de interior y exterior en los espacios me recuerda sobremanera a cómo lo hizo en arquitectura Mies van der Rohe. Para coronar el recurso, esta inversión interior-exterior la trabaja el autor también a partir de otros personajes (véase pág. 51), difuminando la barrera que existe entre el yo y el otro y no se limita solo a usarlo con los espacios, sino de forma general con las cosas del mundo. El tercer modo de crear la universalidad es a partir de la sucesiva falta de emocionalidad (véase pág. 59). El cuarto modo, último de los que menciono aquí, es el más evidente. Es el uso de la palabra “universal”, ya sea explícitamente, a veces expresado con el adjetivo universal, como en incredulidad universal (pág. 75) o con un verbo más el adverbio universalmente, como en eyaculaba universalmente (pág. 79, línea 11).

Por otro lado, el título Tonto, muerto, bastardo e invisible responde a las cuatro cualidades que son constituyentes del “núcleo de la verdadera identidad del protagonista” véase pág. 175-176). Al principio, su proceso de desrealización lleva al protagonista a un estado de universalidad que se compone de irrealidad, pero que con el tiempo da lugar a la realidad, dejando su anterior identidad como una prótesis. Estas cuatro dimensiones, la de tonto, la de muerto, la de bastardo y la de invisible son diferentes versiones de su múltiple personalidad que actúan sin que él no lo sepa, aunque lo intuye (véase pág. 149) y que son olvidadas hasta que durante la novela las va recordando y viviendo (pág. 147). Así pues, estas cuatro propiedades de su ser, que primero parecen cualidades que él tiene la pretensión de ser o de poseer y que parecen cualidades postizas, se convierten en lo que es verdaderamente real. Detrás de la narración de estas cualidades, en relación con la múltiple personalidad del personaje protagonista, está la crítica a una sociedad socialdemócrata. El protagonista comprende, ya desde el principio que:

«El mundo estaba dirigido por idiotas que habían sabido disimularlo, igual que yo. De hecho, quienes triunfaban en la vida como directores de personal o subsecretarios habían sido previamente, por lo general, hijos ejemplares y estudiantes sin tacha. ¿Por qué tanta perfección si no se tenía que ocultar?» (Millás 1995: 36).

En general, encontramos, por un lado, una crítica ligera (por ejemplo, pág. 204), integrada completamente dentro de la narración; por el otro, una crítica descarada que a veces se vale de un vocabulario soez y que acaba de trabar todos los puntos clave del libro. Además de esto, valga decir que el autor coombina durante toda la novela la fantasía con acciones cotidianas, pero esto ya lo debe de saber todo el mundo si busca sus articuentos. Al principio del libro, dibuja la cotidianeidad a través de un elemento más o menos cotidiano, pero en cierto modo mágico, el bigote, que funciona o que el autor hace funcionar como elemento fantástico. Además, la novela incluye un juego de ficciones dentro de la ficción, que acaba creando un espejismo final.

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LA VERDAD QUE NO VEMOS

No, no quiero los sueños. Es la vida,
la realidad la que nos llama. Escucha.
Leopoldo de Luis

Deja que te lo explique, no en palabras
— que con palabras no se entiende a nadie —
sino a mi modo oscuro, que es el claro.
Mirta Aguirre

 

Está aquí, déjame que te lo muestre,
en este pequeño espacio de aire,
esta dimensión, toda esta anchura
de trazas, de briznas
aciculares, está en esta brisa ingenua
que tanteo con los dedos,
que trato de asir para hacer mía,
es de sí misma,
                              está aquí.


Está en este soplo hecho de desgarros,
está en el lápiz que me cae de las manos
si abro la palma,
está en esta corriente alterna,
está en genios y mediocres,
en las nubes de las partículas,
en las ínfulas extrañas
y en el pliegue de las alas de un cóndor negro,
en la precipitación de un vidrio
que no nos hiere apenas
y en los resquicios invisibles
de nuestras cicatrices más finas,
está en el cieno de los ríos
que arrastras a las cimas,
en la cima lozana
que hallas en la mirada,
las miradas tiernas
que no adviertes,
y las que adviertes,
                                está aquí,
no puede estar en ningún otro lado.


La recogemos,
este soplo que resollamos
está hecho de ella.
Este vasto espacio que media
entre tú y yo,
los lugares entre nosotros
que no habitamos
y que alcanzamos al vuelo
con esfuerzo
y devoción de céfiro,
la verdad es que es esto,
está aquí.