(Cuento a domicilio)
Esta es la octava o novena entrada de "Cuentos a domicilio" y no os voy a engañar, no tengo un cuento preparado para hoy sábado, tampoco lo tenía hace tres o cuatro entradas y alguno que otro (que lo sé yo) se rio leyendo "Cómo quitar el hipo". Esta vez tampoco voy a faltar a mi entrada, pero hay más.
Os voy a empezar a llamar lectores (en domicilio) porque, sea la primera vez que entráis aquí, sea la segunda, sea la vigésimo quinta o seáis uno de mis catorce seguidores, el blog pasa de cuatrocientas visitas desde que empecé a escribir todos los sábados. No solo os invito a que dejéis vuestros comentarios cuando os entretengo, sino a que también me pongáis a parir.
Y no sólo eso, os voy a dar una verdad: no voy a poner lo que pienso en boca de un personaje, esta vez sale directamente de mí, el mejor personaje que creo que podré crear en mi vida.
A ella, a la que he llamado Eulalia para no ofenderla:
Que raro. Puedo insultar sin que nadie me oiga, puedo decir “tonta”, “gilipichis” y hasta “gilipollas”, incluso “cabrona” a la Eulalia sin que nadie me oiga, ni siquiera ella. Estoy bajando por aquí, por la escalera y ahora me he parado a decir todo esto, pero en silencio. Y lo grito pero nadie me oye, lo puedo gritar con super fuerte y ninguno de los niños de mi clase puede escucharlo… Mejor mejor, ahora que sé que puedo meterme contigo sin que me oigas lo haré todos los días. Jaja. Sí. “Imbécil, te odio, te odio y te odio, no eres en verdad mi mejor amiga, tonta del culo, cochina marrana”. Que bien, ella no podrá saberlo nunca, nunca podrá escuchar esta voz secreta que es solo mi amiga, mi nueva mejor amiga. Ella no sabrá nunca lo que le estoy diciendo en silencio y en secreto.
En efecto, nunca lo ha sabido. Desde que en aquella escalera que bajaba hacia la salida del colegio un día cualquiera de mi infancia descubrí que podía insultar en una voz muda, la vida social me ha ido mucho mejor. A esto ahora le llamo pensar, era más divertido cuando era insultar sin que nadie me oyese. Si me preguntas si el vestido te queda mal y mentirte me va a salvar de una mala cara o un enfado, sé que a ti tendré que mentirte, pero que a mí no tengo por qué hacerlo, ya que dentro de mi cabeza tengo una voz que dice al instante lo que yo pienso sin que nadie lo oiga. Además, esta voz es igual o más real que la que pronuncio y que la que tú escuchas. ¿Sabes? Quizá es una pena que no oigas mi voz, mi verdadera voz. Bueno, la pena o puede que tu gran suerte, porque menudo lastre si la oyeras… si la oyeras no sólo dejarías de quererme y ¡ya!, ahora mismo, sino que me odiarías el resto de tu vida con tu voz muda.
Mei

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